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sábado, 21 de enero de 2017

CIEN DÍAS


CIEN DÍAS




         Clarencio es un señor muy discreto, de esos que usan gorra de tela gruesa gris o marrón y con visera. Tiene 87 años, es menudito y siempre anda erguido.

Nació en un pequeño pueblo de la montaña, donde todo el mundo te conoce. Cuando cumplió treinta y dos años estaba casado y tenían un par de churumbeles. Trabajaban muchas horas al día en la producción de la cereza y alguna fruta más, en un par de negocios familiares. No eran una pareja muy ambiciosa pero el pueblo y sus historias se les caían encima y, como tenían un dinero ahorrado, pensaron que podrían buscar trabajo y fortuna en una ciudad de la costa.




       Les salió bien el cambio, pues Clarencio encontró trabajo primero en una imprenta y después como repartidor de Correos. Por fin consiguieron comprar un pisito de 65 metros cuadrados en un barrio...¡Qué felicidad! Ahora Clar, como le llaman sus amigos, es el perfecto jubilado que se dedica a banco y bolsa (banco donde sentarse y charlar y bolsa de plástico con mini compra). Su hija vive con su marido, hijos y suegra en un chalé en una zona residencial. El hijo, que se ha convertido en un solterón empedernido, consiguió de alguna forma una pensión de incapacidad y vive con sus padres.




      Pilar, la mujer de Clar, trabajó durante bastantes años en la ciudad, arreglando ropa en casa; ahora con 86 cumplidos tiene una cierta incapacidad en cuanto a movilidad y también una mezcla de cansancio y depresión. Total, como viven en un tercero alto sin ascensor, sale de casa para ir al médico y poco más...La profesión de cartero le ha venido muy bien a Clarencio para su forma física actual. La hija está muy ocupada con sus cosas y nadie le requiere y al hijo se le ve mucho de paseo, charla y cervecita. Así que el padre se ocupa de casi todo, se siente culpable y al mismo tiempo no entiende lo que ocurre, vaciándose poco a poco. 
 



       Son las siete y media de la mañana de un día del mes de marzo. Golpean la puerta y Clarencio, despierto desde hace rato, se dirige a la entrada, firme, con pasos cortos pero seguros. Aparece “la muerte”, es un ser difícil de definir en cuanto a sexo, edad y época. El gesto y la mirada poseen una mezcla de amabilidad y seducción. Clar, no muy sorprendido, le pregunta con serenidad “quién es y qué desea”. La muerte se identifica y, de forma suave pero tajante, le anuncia que le quedan cien días de esta vida que conoce. Deja una pausa y le dice que volverá para llevárselo. 




       Clarencio, frustrado por no haber dicho nada, se sienta en el comedor con la mirada perdida y comienza a pensar en los años que tiene, como ha sido su vida y como lo es ahora...De repente es consciente del vacío y la falta de ilusión que padece. Se pasa tres días absorto, callado, eludiendo compartir la emoción con cualquier persona y mirando hacia el interior...Y, súbitamente, lo ve claro. Necesita hacer algo nuevo, enriquecedor; aunque solo sea para despedirse. Se pone manos a la obra, pero sin contar a nadie el suceso con la muerte. 
 



       Con mucho esfuerzo consigue convencer a su mujer para que hagan un viaje a las Canarias, algo con lo que habían soñado siempre. Sacan parte de los ahorros que tenían y compran un paquete de “todo incluido” para doce días. Su familia y amigos más allegados están alucinados, no entienden qué les ha ocurrido. Para el viaje llevan una silla de ruedas, pero a los dos días Pilar ya se mueve con muletas. Ya de vuelta comentan que no recordaban haberlo pasado tan bien como en esos días. Habían disfrutado de cada momento, de cada situación...


      Cuando llegan a casa, ven las cosas de otra manera. Hablan con los hijos para contarles cuales son sus planes y les confiesan que les agradaría mucho mejorar la relación con ellos. Al hijo le apremian para que ayude más en casa. De todas formas, ponen el piso en venta y comienzan a buscar, en alquiler, una casita planta baja y soleada. En su nueva etapa salen a la calle todos los días, toman el sol y se sientan en terrazas. Sueñan con ir a Galicia en verano para seguir disfrutando. 
 



      Cuando falta una semana para que se cumplan los cien días, Clar decide contarle a su pareja lo de la inquietante visita tres meses atrás. Pilar le dice que podría haberlo soñado, pero él está muy seguro de lo ocurrido. Aparece un atisbo de tristeza en ambos, aunque inmediatamente adoptan una actitud de aceptación total, pero sin contárselo a los demás. Cuando faltan tres días, preparan una celebración. Primero, una comida con sus amigos, después con sus hijos y, finalmente, una cena romántica los dos solos, en su restaurante preferido. 
 



      La noche anterior apenas duermen. Confidencias, abrazos y una dulce espera. Pilar, emocionada, de dice a Clar que le gustaría irse con el...Por fin llega el momento, los dos están despiertos, cogidos de la mano, pendientes de la llamada... y suena el timbre, una sola pulsación. Juntos se acercan a abrir la puerta. Aparece la misma forma de “la muerte”. Cuando ambos le miran a los ojos se ven a ellos mismos. Les saluda escuetamente, les entrega un sobre cerrado y se despide.




      Sorprendidos e inmóviles abren el sobre con nerviosismo. Clarencio, que todavía puede leer sin gafas, lo hace en voz alta: “La visita que os hice hace cien días, ésta nueva visita y todo lo acontecido entre ambas, forma parte del guion que vosotros mismos escribisteis un poco antes de vuestro nacimiento como las formas que sois ahora. Disfrutad de vuestra experiencia y aprendizaje durante el tiempo de ésta etapa concreta...”

Se miran, les caen las lágrimas y se abrazan... 





Fernando Gil Gerona

Primer borrador: Marzo 2015

Completado: Octubre 2016


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