CIEN
DÍAS
Clarencio
es un señor muy discreto, de esos que usan gorra de tela gruesa gris
o marrón y con visera. Tiene 87 años, es menudito y siempre anda
erguido.
Nació
en un pequeño pueblo de la montaña, donde todo el mundo te conoce.
Cuando cumplió treinta y dos años estaba casado y tenían un par de
churumbeles. Trabajaban muchas horas al día en la producción de la
cereza y alguna fruta más, en un par de negocios familiares. No eran
una pareja muy ambiciosa pero el pueblo y sus historias se les caían
encima y, como tenían un dinero ahorrado, pensaron que podrían
buscar trabajo y fortuna en una ciudad de la costa.
Les
salió bien el cambio, pues Clarencio encontró trabajo primero en
una imprenta y después como repartidor de Correos. Por fin
consiguieron comprar un pisito de 65 metros cuadrados en un
barrio...¡Qué felicidad! Ahora Clar, como le llaman sus amigos, es
el perfecto jubilado que se dedica a banco y bolsa (banco donde
sentarse y charlar y bolsa de plástico con mini compra). Su hija
vive con su marido, hijos y suegra en un chalé en una zona
residencial. El hijo, que se ha convertido en un solterón
empedernido, consiguió de alguna forma una pensión de incapacidad y
vive con sus padres.
Pilar, la mujer de Clar, trabajó durante bastantes años en la ciudad,
arreglando ropa en casa; ahora con 86 cumplidos tiene una cierta
incapacidad en cuanto a movilidad y también una mezcla de cansancio
y depresión. Total, como viven en un tercero alto sin ascensor, sale
de casa para ir al médico y poco más...La profesión de cartero le
ha venido muy bien a Clarencio para su forma física actual. La hija
está muy ocupada con sus cosas y nadie le requiere y al hijo se le
ve mucho de paseo, charla y cervecita. Así que el padre se ocupa de
casi todo, se siente culpable y al mismo tiempo no entiende lo que
ocurre, vaciándose poco a poco.
Son
las siete y media de la mañana de un día del mes de marzo. Golpean
la puerta y Clarencio, despierto desde hace rato, se dirige a la
entrada, firme, con pasos cortos pero seguros. Aparece “la muerte”,
es un ser difícil de definir en cuanto a sexo, edad y época. El
gesto y la mirada poseen una mezcla de amabilidad y seducción. Clar,
no muy sorprendido, le pregunta con serenidad “quién es y qué
desea”. La muerte se identifica y, de forma suave pero tajante, le
anuncia que le quedan cien días de esta vida que conoce. Deja una
pausa y le dice que volverá para llevárselo.
Clarencio,
frustrado por no haber dicho nada, se sienta en el comedor con la
mirada perdida y comienza a pensar en los años que tiene, como ha
sido su vida y como lo es ahora...De repente es consciente del vacío
y la falta de ilusión que padece. Se pasa tres días absorto,
callado, eludiendo compartir la emoción con cualquier persona y
mirando hacia el interior...Y, súbitamente, lo ve claro. Necesita
hacer algo nuevo, enriquecedor; aunque solo sea para despedirse. Se
pone manos a la obra, pero sin contar a nadie el suceso con la
muerte.
Con
mucho esfuerzo consigue convencer a su mujer para que hagan un viaje
a las Canarias, algo con lo que habían soñado siempre. Sacan parte
de los ahorros que tenían y compran un paquete de “todo incluido”
para doce días. Su familia y amigos más allegados están
alucinados, no entienden qué les ha ocurrido. Para el viaje llevan
una silla de ruedas, pero a los dos días Pilar ya se mueve con
muletas. Ya de vuelta comentan que no recordaban haberlo pasado tan
bien como en esos días. Habían disfrutado de cada momento, de cada
situación...
Cuando
llegan a casa, ven las cosas de otra manera. Hablan con los hijos
para contarles cuales son sus planes y les confiesan que les
agradaría mucho mejorar la relación con ellos. Al hijo le apremian
para que ayude más en casa. De todas formas, ponen el piso en venta
y comienzan a buscar, en alquiler, una casita planta baja y soleada.
En su nueva etapa salen a la calle todos los días, toman el sol y se
sientan en terrazas. Sueñan con ir a Galicia en verano para seguir
disfrutando.
Cuando
falta una semana para que se cumplan los cien días, Clar decide
contarle a su pareja lo de la inquietante visita tres meses atrás.
Pilar le dice que podría haberlo soñado, pero él está muy seguro
de lo ocurrido. Aparece un atisbo de tristeza en ambos, aunque
inmediatamente adoptan una actitud de aceptación total, pero sin
contárselo a los demás. Cuando faltan tres días, preparan una
celebración. Primero, una comida con sus amigos, después con sus
hijos y, finalmente, una cena romántica los dos solos, en su
restaurante preferido.
La
noche anterior apenas duermen. Confidencias, abrazos y una dulce
espera. Pilar, emocionada, de dice a Clar que le gustaría irse con
el...Por fin llega el momento, los dos están despiertos, cogidos de
la mano, pendientes de la llamada... y suena el timbre, una sola
pulsación. Juntos se acercan a abrir la puerta. Aparece la misma
forma de “la muerte”. Cuando ambos le miran a los ojos se ven a
ellos mismos. Les saluda escuetamente, les entrega un sobre cerrado y
se despide.
Sorprendidos
e inmóviles abren el sobre con nerviosismo. Clarencio, que todavía
puede leer sin gafas, lo hace en voz alta: “La visita que os hice
hace cien días, ésta nueva visita y todo lo acontecido entre ambas,
forma parte del guion que vosotros mismos escribisteis un poco antes
de vuestro nacimiento como las formas que sois ahora. Disfrutad de
vuestra experiencia y aprendizaje durante el tiempo de ésta etapa
concreta...”
Se
miran, les caen las lágrimas y se abrazan...
Fernando
Gil
Gerona
Primer
borrador: Marzo 2015
Completado:
Octubre 2016
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